miércoles, 15 de junio de 2011

Hasta el próximo carnaval

Por Aymara Fernández


”Es que somos tan pobres” digo haciendo énfasis en la ”a” de tan y alargando la ”o” de pobres. En mi mano solo restan diez centavos de real que no alcanzan ni para pagar el baño público.Las mochilas pesan más por la mugre y quedan pocas horas deviaje.
Miro hacia abajo y veo las curitas obtenidas como trofeos de selva, las picaduras de mosquitos y unas ojotas estiradas que se salen cada dos pasos y medio. De fondo, el principio del carnaval. Llueve finito sobre la ciudad y los tambores laten en la sangre.
No alcanza el cansancio para que los pies no se muevan aunque sea un poquito. El peso de la mochila no nos deja trasladarnos, pero de lejos las negras con plataforma y los hombres con cervezas en la mano ríen, lloran borracheras viejas y bailan, danzan, bailan, susurran, bailan, besan, bailan, sexualizan el ambiente,  bailan, se esconden tras los faroles que nada los tapa, bailan, se unen en una sola persona, bailan.
Con la razón de días encima, las sonrisas no se parecen a aquellas, pero no dejan de aparecer. Es el final de un viaje exitoso, con tardes de mate y cartas, con cuadernos a medio llenar y libros compartidos, mezclados, traspasados, leídos en voz alta y vueltos a compartir. El regreso se extiende.
Faltan horas, combinaciones, pase de facturas y acreditaciones por hacer. Policías aduaneros que no nos dejarán salir, lamentos, sollozos, mentiras piadosas. Todo eso y todavía la gente baila, cada vez más, baila, mezcla su sangre, baila.
”¿Sabías que el carnaval es el período de mayor fecundación en Brasil? Se cuidan poco y después no hay quien le cambie los pañales a las crías”, me pregunta y se responde la señora del baño de la estación de micros que se apiadó de las seis y nos dejó pasar por los 10 centavos.
Mientras nos cuida las mochilas corremos hacia el carnaval. Una mentira piadosa y 20 reales escondidos nos habilitan a tres platos de feijoada y una gaseosa de dos litros. Entre la música comemos, bailamos, sonreímos, bailamos.
En ese país vecino pero con costumbres tan ajenas y una rivalidad estúpida que nosotras convertimos en fanatismo. ”Tendríamos que haber nacido acá” dice una mientras que las otras comemos, bailamos y asentimos.
A la vuelta volvemos a amar nuestro país, pero en ese momento, en ese lugar donde la alegría es tan simple y las ojotas duran todo el año, no podemos negar las ganas de quedarnos, hasta que el tiempo se convierta en eternidad.
”Para mi que acá la alegría es genética”, comenta otra de mis amigas y a su lado, riéndose antes de hacer el chiste, le responden: ”Si, como los cuerpos, seguro que algo le ponen al agua”. El viaje termina entre carcajadas.
En el micro la música es compartida, Caetano, María Bethania y Gilberto Gil nos recuerdan los comienzos de nuestras vacaciones. Nos quedan 48 horas de viaje, tiempo    suficiente para despedirnos, y para saber que siempre se puede volver.

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