miércoles, 6 de abril de 2011

Cien por ciento argentinos


El reloj sonó a las 6 de la mañana de aquel esperado 28 de diciembre del año 2000. Dos horas más tarde, el micro que nos llevaría a Brasil partiría de la terminal de ómnibus de Retiro. Y así fue. A las 8, subimos todos los pasajeros que teníamos como destino la ciudad de Camboriú.
Para hacer que las 36 horas de viaje fuesen lo más entretenidas posibles, llevamos jueguitos de manos- hicimos al menos cien competencias de tetris- cartas para unos buenos trucos, dos libros de novelas y muchas golosinas. Además, armamos un pequeño botiquín de manos con analgésicos -por si algún dolor inoportuno se le ocurría invadir nuestras cabezas o alguna zona del cuerpo-; pastillas de carbón -para frenar al intestino si se le ocurría trabajar más rápido de lo habitual-, curitas y desinfectantes. Finalmente, llegamos al país vecino.
Mi marido y mi hijo no me dieron tiempo de guardar el equipaje, en el departamento que habíamos alquilado, y casi me obligaron a ir corriendo para la playa. No lo podíamos creer: estábamos pisando arena blanca y sumergidos en un mar cristalino, que nos permitía estar parados y mirarnos los pies.
Todo parecía marchar sobre ruedas, como lo habíamos imaginado. Pero llegó la hora de preparar la cena y con ella empezaron los problemas.
Después de bañarnos, nos pusimos indos y salimos a recorrer la ciudad para llenar la heladera con “provisiones”. Así, llegamos a un supermercado y lo primero que hicimos fue ir al sector de carnes. Y poco a poco, las sonrisas de nuestros rostros se empezaron a desdibujar, al saber que encontrar carne vacuna sería como ganarse la lotería. Enseguida pensamos: “bueno, comeremos más pollo y pescados con muchas ensaladas, ya que nos encantan todos los tipos de lechugas existentes”. Y cuando pensamos que habíamos encontrado una solución, para la quincena que habíamos planeado con tantos sueños, otra vez el bajón: encontrar lechuga era como hallar una aguja en un pajar. Después de caminar mucho, pudimos comprar un poco de lechuga francesa y carne para milanesa.
Volvimos al departamento y empezamos a cocinar salchichas con puré y ensalada, lo que había pedido nuestro hijo. Y al dar el primer bocado, todos nos miramos sorprendidos a la cara sin decir nada: el sabor del aceite y de las salchichas no eran iguales a los que estábamos acostumbrados a consumir en nuestra querida Argentina, a pesar de que habíamos comprado las marcas que consumimos siempre. Lo mismo sucedió cuando compramos los puchos, en los restaurantes y hasta cuando fuimos a comer a una famosa casa de comidas rápidas. Pero como no queríamos que nada empañase nuestras vacaciones, hicimos tripa corazón y tratamos de saborear el cebú como si fuese la carne más rica del planeta. Pero las diferentes playas que conocimos, los ricos platos dulces que compartimos y las excursiones que realizamos hicieron que nuestros días de descanso fueran casi como los habíamos planeado.
Apenas subimos al micro para regresar a Buenos Aires, lo primero que empezamos a organizar fue un sabroso asado con muchas ensaladas para compartir con nuestros familiares. Y así fue.  Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Somos muy carnívoros, somos cien por ciento argentinos.  

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