miércoles, 18 de mayo de 2011

Miradas: Purmamarca, una combinación perfecta

Por Marina Sette



Todo nuestro Norte Argentino se caracteriza, para mí, por la sensación que genera de estar un poco más cerca de nuestras raíces. Por lo menos es lo que yo sentí la primera vez que fui.
Y si solo una provincia pudiera elegir, sería Jujuy. Y si solo un pueblo pudiera volver a visitar, sin duda alguna, sería Purmamarca. Purmamarca tiene algo especial.
Apenas llegué me pareció un clásico pueblo más de la provincia jujeña, con sus calles de tierra, sus pobladores amables, sus casitas bajas, las agotadoras subidas y bajadas, la tierra que vuela constante y el infaltable sol que forma ya parte del paisaje.
Pero no me hizo falta estar mucho tiempo para enamorarme del lugar. Es una combinación perfecta entre cerros, simpleza, y olor a comida regional.
Solo caminar las callecitas y llegar a la plaza central ya es suficiente. No falta la amabilidad, y sobran los pequeños negocios y puestos de morrales, sombreros, mantas, ¡colores por doquier!
Siempre hay algún lugareño cálido con ganas de saber de dónde venís y a dónde vas. Y en pleno enamoramiento, cuando empezaba a darme cuenta de que no iba a ser fácil olvidar a este pequeño pueblo, levanté la vista, y majestuoso, hermoso e imponente, descubrí el Cerro de los Siete Colores.
Pero el cerro no está solo, está rodeado de verde, de aire puro, de caminos que lo envuelven de mil maneras. Yo lo rodee fascinada, ”es tan lindo que parece una postal”, pensé.
Y ésa es una comparación muy injusta, porque no hay postal que pueda compararse con la sensación que genera estar ahí parada, tan chiquita, tan minúscula, entre tanta naturaleza.
Frenar, y sentarse ahí es… la paz. Me crucé con muchas personas que, aunque no conocía, me sonrieron y les devolví la sonrisa, porque todos sabíamos que nos estaba pasando lo mismo.
Que a pesar del cansancio y el sol que pareciera brillar más fuerte ahí que en cualquier lugar del mundo, es imposible no disfrutar de ese paisaje.
El pueblo, por la noche, es hermoso de otra manera, casi todo se apaga, quedan prendidos algunos faroles y algún comedor que cierra un poco más tarde. Sólo el viento se escucha, el viento y alguna guitarra.
Yo tuve la suerte de estar con personas que tuvieron la excelente idea de ir al cerro a medianoche. En el momento sonó dudosa la oferta, cuesta recorrerlo de día, no podía imaginarme lo que sería de noche.
Pero no sabía cuándo iba a poder volver, entonces acepté la oferta. ¡Y lo bien que hice! Subir al cerro de noche fue espectacular. Era tanto el silencio que hubiera podido hablar con el señor del almacén que estaba a kilómetros de distancia si me lo hubiera propuesto.
Pero la imagen no daba lugar al diálogo. De repente, estábamos todos en silencio espontáneamente, algo que creo que sólo el Cerro de los Siete Colores puede lograr.
Y me fui sin ganas de irme, pero convencida de que Purmamarca es el pueblo que combina los colores, los olores y los mejores pensamientos.

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